“Cualquiera que sea tu historia, bienvenido. Has emprendido un largo viaje hacia la honestidad sexual y la revelación personal. Puede ser un camino arduo, pero es el único modo de conseguir lo que deseas. En el decurso, te parecerá que hay un montón desalentadoramente grande de conocimientos que aprender; no te deseanimes. El Amo más perverso del mundo, la Dómina más imaginativa, empezaron igual que tú hoy: curiosos, excitados y algo inseguros.”
Pat Califia,
“SM. Los secretos del sadomasoquismo”

miércoles, 13 de marzo de 2013

Cariño, ¿quieres que te ate?


Interesante articulo publicado en http://www.yorokobu.es/shibari/ y más sus comentarios si se toman el tiempo de leerlos :D  

 | Lo escribe 

shibari
La escena podría ser como esta. Estás acurrucada en la cama, apenas recién despierta. Tu chico se ha levantado y lo escuchas trajinar en algún sitio, preparando una sorpresa. Imaginas que te traerá el desayuno, tostadas, mermelada, zumo de naranja y café. Sin embargo, cuando abre la puerta como aparece es con una cuerda de yute, de unos 8 metros de largo. “Mira lo que te he traído”, podría llegar a decirte. “Cariño, ¿quieres que te ate?”.
En casi cualquier país del mundo esta escena acabaría muy mal. Gritos, bofetón, divorcio… “Eres lo peor, Andrés”. En casi cualquier país del mundo, menos, quizá, en Japón. Porque allí lo de atar mujeres no solo no se considera una ofensa, sino que tiene la categoría de arte.
Todo empezó en la lejana época en la que los samuráis eran los reyes del mambo. Era un período que se conoce como Tokugawa, en honor al gobernador de ese nombre. Corría el siglo XV y en el país nipón había dictadura, guerras y un código ritualizado de atrapar enemigos con cuerdas.
Este código fue evolucionando hasta su reglamentación, en 1542 (el mismo año en el que Japón tuvo su primer contacto con un europeo) como forma de apresamiento, incomodidad, humillación y tortura, para más tarde convertirse en todo un arte marcial, conocido como Hobaku-Jitsu o Hojojutsu.
Se dice que durante el periodo Edo (1600-1878) cada familia samurái tenía su propio conjunto de técnicas, que constituían todo un códice en el que, con ver sus amarres, cualquier persona podía saber la profesión, edad o clase social del prisionero.
El cómo un instrumento de tortura, normalizado y sistematizado, se convirtió en una forma erótica de arte tiene mucho que ver con la historia reciente de la sociedad japonesa: un país cerrado en sí mismo que de golpe y porrazo se vio obligado a abrirse a Occidente, que se expande y que se embarca en varias guerras (contra China, con EE UU…) hasta que dos bombas atómicas les sumergen en su propia humillación colectiva.
En este caldo de cultivo, en los años 50 del pasado siglo, aparecieron las primeras fotos en revistas, y en los 60 eran frecuentes las performance de este tipo.
“No es bondage, cariño, se llama Shibari”.
Si el Andrés de antes fuera japonés y su chica también fuera nipona, la escena no acabaría en bofetón y divorcio. Probablemente ella sonreiría, y si él fuera diestro en la técnica, sin duda se pondría muy contenta. En efecto, el Shibari, que es como se conoce, es muy diferente al bondage, el atado sexual occidental.
Mientras que el segundo implica la inmoviliación y la humillación como parte del juego erótico BDSM, en el primero esto no es así. Al contrario, consiste en una forma de arte en el que el conjunto formado por el maestro (el que ata), la sumisa, la cuerda, sus nudos, el espectador y el espacio que los circundan tienen una enorme importancia. De hecho, las imágenes captadas con esta técnica pueden ser de una belleza espectacular y sobrecogedora.
Algunos maestros de Shibari son unas estrellas no solo en su país, sino que gozan de prestigio internacional. El artista Nobuyoshi Araki, por poner un ejemplo, es un fotógrafo largamente conocido, cuyo trabajo se expone en galerías de arte y museos. Y son miles las fans que no dudarían ni un momento en ponerse en sus manos si se lo propusiera.
Pero el Shibari o Kimbaku (tiene varios nombres) no es solo visual. Su técnica, precisa y compleja, incluye la presión y el atado de ciertas partes del cuerpo que poseen una importancia energética. Es decir, que la persona atada no solo no sufre, sino que puede experimentar placer al verse involucradas una cantidad de zonas erógenas.
El encordado suele comenzar (aunque no siempre) en el tórax y tiene un primer nudo en la espalda. A partir de ahí se sujetan los senos, tensándolos e irguiéndolos, haciéndolos más sensibles y rozando algunos puntos del masaje shiatsu. El ombligo tiene una importancia especial, propenso a formar bucles con nudos que aprovechen su circularidad y la de la barriga, para posteriormente presionar los genitales y cerrarse en piernas y nalgas. La persona atada se puede presentar de pie, sentada o colgada de algún sitio, incluyendo árboles o plataformas en teatros y salas de fiestas.
Pero hay mujeres que van más allá. Existen técnicas para atarse a una misma sin perder ni un ápice de su movilidad. De hecho, algunas pueden presentarse vestidas, con ropas perfectamente normales, presentar un comportamiento normal yendo a trabajar o de fiesta, o sencillamente estando en un bar o en casa y estar atadas sin que nadie lo note. No es común, pero puede pasar.
“Esto es Japón, querida”, diría Andrés. “Eso de atarte es un arte, y además, te va a encantar. ¿Probamos?”.
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Imágenes de Envious Photography reproducidas bajo licencia CC.

1 comentario:

  1. No hay que portarse mal cuando estás con estos muchachos...
    Muy buen artículo. Me gusta el giro que le estás dando al blog.
    Un beso grande

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